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jueves, 24 de enero de 2013

FILICIDIO

La mayoría de los asesinatos que se llevan a cabo teniendo a los niños como víctimas son realizados por los propios progenitores de los menores, siendo las muertes de tipo extrafamiliar muy excepcionales (Stanton et al., 2000). Estudios realizados en Suecia y Australia revelan que en el 85 % de los casos de muertes de niños, los agresores son sus propios progenitores, aunque otros autores como Vanamo, Kauppi, Karkola, Merikanto y Rasanen (2001) describen casos donde el infanticidio fue realizado por hermanos, tías o abuelas. En estudios realizados en Estados Unidos, este dato no resulta tan elevado ya que existe un importante número de muertes de tipo extrafamiliar y entre adolescentes (Stanton y Simpson, 2002).

Saturno devorando a su hijo (Rubens)
Resnick (1969), realizó una revisión sobre filicidios documentados desde 1751 hasta 1967, encontrando artículos de interés (en 13 idiomas diferentes) sobre 155 casos, de los cuales 131 (88 filicidios maternos y 43 paternos) se correspondían a su definición de filicidio y los 24 restantes al concepto de neonaticidio. A partir de dicha revisión propuso una clasificación para el filicidio partiendo de las explicaciones dadas por los agresores en relación a lo que les motivó a cometer el hecho, y siendo totalmente independiente de sus respectivos diagnósticos. La clasificación propuesta por Resnick y de vigencia en la actualidad para muchos autores es la siguiente:

  1. Filicidio altruista. El hecho de que un significativo porcentaje de los filicidios cometidos sean explicados por motivos altruistas es el dato que lo diferencia fundamentalmente de cualquier otro tipo de homicidio. En esta categoría se incluyen los casos de trastornos depresivos mayores, depresiones psicóticas e incluso psicosis (Lambie, 2001) Es esencial saber diferenciar en estos casos si se está ante motivaciones altruistas o ante trastornos de tipo delirante  (Stanton y Simpson, 2002).  Stanton et al. (2000), realizaron estudios sobre este tipo de filicidio y encontraron en la mayoría de los casos expresiones de los agresores del tipo: "le he dado paz a mi hijo" o "le quería tanto". De hecho, las madres que cometen este tipo de actos coinciden en considerarse buenas madres, no llegando a comprender cómo han podido cometer tal crimen. Dentro de esta categoría se distinguen dos subtipos bien diferenciados. Por una parte, se halla el filicidio altruista asociado con el suicidio del agresor y, por otra, el filicidio que se comete para aliviar el sufrimiento de la víctima. En el primero de ellos, los agresores alegan un profundo sufrimiento personal que les hace querer suicidarse y consideran, además, que no son capaces de dejar a sus hijos solos en el mundo sin ellos, por lo que suelen acabar con sus vidas antes de suicidarse. En cuanto al segundo, señalar que en estos casos el progenitor decide acabar con la vida del hijo con el fin de aliviar algún tipo de sufrimiento, real o imaginario, en la víctima.
  2. Filicidio agudamente psicótico. Se trata de la categoría más débil de la clasificación de Resnick ya que contiene casos en los que los motivos aparentes del agresor para cometer un filicidio no pueden ser explorados. En esta categoría no están incluidos todos los filicidios cometidos por psicóticos (muchos de ellos pertenecen a la categoría anterior) pero sí aquellos en los que los padres matan a alguno de sus hijos bajo la influencia de alucinaciones, ideas delirantes o estados epilépticos. Aparecen en esta categoría trastornos mentales mayores donde predomina la ausencia de raciocinio (Lambie, 2001). Se trata más bien de casos en los que los impulsos afectivos se transforman en comportamientos violentos dirigidos a una víctima vulnerable como es el menor. Es importante señalar que en esta categoría aspectos como el abuso del alcohol están muy raramente presentes como causa directa del filicidio.
  3. Filicidio por hijo no deseado. En esta categoría son incluidos los asesinatos cometidos por padres por el mero hecho de que la víctima no es un hijo deseado, situación ésta que corresponde más habitualmente a los neonaticidios que a los filicidios. La ilegitimidad del hijo o el hecho de la ausencia de una figura paterna que se ocupe de él son las principales causas de que la madre termine con su vida. En varones, el hecho de tener dudas sobre su paternidad o el percibir al hijo como un obstáculo para progresar en su carrera profesional son los motivos más habituales de los filicidios paternos. Además, de las relaciones extramaritales, las dificultades económicas son también significativas en relación a esta categoría. De hecho, se ha constatado que los factores de tipo económico, si son muy adversos, incrementan el riesgo de que se produzca un infanticidio (Lambie, 2001)
  4. Filicidio accidental. En esta categoría se engloban aquellos casos en los que los menores son víctimas de filicidio por causa de maltrato físico. Quedan definidos como accidentales porque la intención homicida no es clara en el agresor. Suelen ser los padres los que cometen este tipo de filicidio ya que muestran con mayor facilidad arranques de violencia, frecuentemente relacionados como una forma de aplicar disciplina y educación al menor. En este grupo también se deben incluir las muertes accidentales ocasionadas por el zarandeo del menor (síndrome del niño zarandeado) ya que cualquier movimiento brusco de la cabeza puede generar lesiones e incluso la muerte del niño. (Esbec y Gómez-Jarabo, 2000). En estos casos, se trata de progenitores con elevados niveles de estrés y que frecuentemente han sido víctimas de abusos y actos negligentes durante su infancia (Stanton et al., 2000; Lambie, 2001). Para comprender bien estos casos es importante conocer el abuso y el maltrato en términos generales y son especialmente importantes en tres aspectos: 1) un estresor puede originar un estado de crisis en el agresor; 2) el agresor tiene (o percibe) una carencia de apoyos significativa y, 3) el agresor percibe defectos en la víctima.
  5. Filicidio como venganza. En esta categoría se hallan aquellos casos en los que un progenitor mata como forma deliberada de hacer sufrir al otro progenitor del menor. Este tipo de filicidio se corresponde al denominado Complejo de Medea, ya descrito en la mitología clásica, donde la madre (Medea) presenta deseos de muerte hacia su propio hijo como una venganza contra el padre, al percibir al hijo como rival. Las edades de las víctimas suelen ser más altas que las de las otras categorías (Stanton y Simpson, 2002). En esta categoría se encuentran en los agresores trastornos severos de la personalidad, relaciones de pareja caóticas e importantes historias de autolesiones (Lambie, 2001)

Filicidio: Término genérico que se refiere al asesinato de un hijo por parte de algunos de sus progenitores. Para Resnick (1969, 1970) este concepto se refiere a los casos en los que uno de los progenitores acaba con la vida de su propio hijo si éste tiene más de 24 horas de vida, ya que si es menor de un día el término más adecuado es el de Neonaticidio.



Fuente: González Trijueque, David y Muñoz -Rivas, Marina "Filicidio y Neonaticidio: una revisión" Psicopatología Clínica Legal y Forense, Vol. 3, N 2, 2003

miércoles, 16 de enero de 2013

VICTIMIZACIÓN SEXUAL Y ESTIGMATIZACIÓN

Pintura de Mujer Solitaria
Las agresiones sexuales contra adultos son cometidas casi exclusivamente por hombres, y la mayoría de las víctimas son mujeres, aunque también hay hombres (sobre todo en prisiones). Puede tener lugar en diferentes contextos: entre extraños, entre conocidos, durante una cita o dentro de la pareja.

Se trata de uno de los delitos más frecuentes de los que son víctimas las mujeres. Del total de delitos experimentados por la mujer más del 50% están relacionados con las agresiones sexuales. Es el delito más amenazante a la integridad física y psicológica y el que produce mayores secuelas psicológicas a corto y largo plazo. 

Se ha demostrado que las mujeres que sufren agresiones sexuales no responden a unas características físicas, sociales o culturales determinadas. Sin embargo, las víctimas son, frecuentemente, mujeres de 18 a 25 años. La vulnerabilidad de este grupo de edad deriva de una exposición mayor a diversas situaciones (características del tipo de vida habitual en esta edad) y a una percepción menor del posible riesgo que conllevan.

Cabe destacar que son los delitos que menos se denuncian, siendo una de las cifras negras más elevadas; motivo por el cual al agresor se le alienta su conducta, se le crea una cierta sensación de impunidad y aumenta la probabilidad de ocurrencia de nuevas conductas de agresión en el futuro. Los motivos por los que sólo se denuncian una mínima parte de las violaciones son tres fundamentalmente:
  • Por falta de información y desconfianza respecto al trato y eficacia de la policía y del sistema judicial. Por temor al ridículo, por percibirse víctima de la censura social y por sentirse responsable de lo ocurrido. Por la vergüenza y/o ira que puede suponer el revivir el acontecimiento traumático.
  • Por miedo a represalias por parte del agresor. Se sabe que los agresores sexuales son parientes y conocidos de la víctima en casi  el 50% de los casos.
  • Por la reacción de temor y grado de confusión que suscita la vivencia inmediata de la agresión sexual y que puede persistir, incluso con mayor intensidad, horas después de la agresión.
Durante la agresión, la víctima intenta sobrevivir y, dependiendo de la situación, puede comportarse de distintas formas; algunas intentan huir, otras razonan o discuten con el agresor, se defienden o se quedan quietas con el fin de no provocar más violencia. En ocasiones, las víctimas intentan memorizar detalles referentes a la agresión o agresor. En el momento de la agresión, normalmente experimentan un miedo muy intenso. De ahí que la respuesta inmediata sea el shock, aturdimiento e incredulidad. Después, pueden sentirse culpables y pensar que deberían haber hecho algo más para evitar lo sucedido.

¿Cuál sería la respuesta del entorno social de la  mujer víctima de agresión sexual?

Tras el suceso, las creencias y actitudes sociales hacia la violación ejercen dos funciones básicas: una interpretación restrictiva del concepto legal y la trivialización social de la experiencia vivida por la víctima. Diversos estudios señalan la existencia de seis grupos de creencias sociales que sostienen el proceso estigmatizante:
  1. Las víctimas son vistas como responsables de su suerte.
  2. Son culpabilizadas.
  3. Son ignoradas socialmente.
  4. Se tienden a percibir como perdedoras.
  5. Se teme a su "contenido".
  6. Se les evita por ser "depresivas".
Los primeros estudios sobre el proceso estigmatizante de la sociedad sobre la víctima se iniciaron a finales de los años sesenta y principios de los setenta, focalizando su estudio en la pobreza, el racismo, el sexismo como elementos explicativos (algunas explicaciones sobre la agresión sexual). Posteriormente, se pasó al concepto de "victim-precipitation" y su relación con estereotipos y mitos. En la actualidad, la tendencia a culpabilizar socialmente a la víctima se muestra como un proceso psicosocial complejo. Este aparece en el entrono social de la víctima, estigmatizante hacia la víctima, al establecer una interpretación equívoca de la agresión sexual.


En relación a la estigmatización social de la víctima y los procesos de inculpación se han desarrollado dos teorías explicativas:
  1. Teoría del mundo justo (Alexander, 1980): Según la cual, el mundo es un lugar justo y las cosas malas solo suceden a gente mala, por ello se culpabiliza a la víctima de su infortunio.
  2. Teoría de la atribución defensiva (Selby y Warring, 1976): Según esta teoría, las personas deseamos protegernos y para ello, evitamos identificarnos con la víctima.
Entonces la estigmatización se produce al contemplar a la víctima no cómo es y se comporta, sino cómo se esperaba que hubiese sido y comportado.

Los procesos de estigmatización varían de intensidad según diversos factores:
  • Tipología delictual: máxima en la violación
  • La severidad del suceso: a menor severidad menor estigmatización.
  • El sexo de la persona evaluadora: el masculino tiende a estigmatizar más a la víctima que el femenino.
  • La percepción social de la personalidad: las víctimas con unas características previas de personalidad positivas tienden a ser vistas socialmente en términos positivos.
  • Contexto sociocultural: según el marco sociocultural de referencia del grupo social.
Varios estudios relacionan la estigmatización social con la autovaloración. Así, las manifestaciones de desaprobación social hacia la víctima como persona, están asociadas con una disminución de su nivel de autoestima. Un grado similar de estigmatización social no afecta por igual a todas las víctimas; así, aquellas con una fuerte personalidad y optimismo antes del suceso tienden a negar la autodecepción, mientras que con un bajo nivel de optimismo degradan aun más su nivel de autoestima.

El apoyo social tiene un efecto positivo tras la victimización sexual, manteniendo e incrementando la autoestima de la víctima.

Notgrass y Newcomb (1990) sintetizan estudios previos con agresiones sexuales y concluyen que el apoyo social correlaciona positivamente con el afrontamiento y el ajuste a largo plazo al minimizar la ansiedad, evitar el desarrollo ulterior del síndrome de estrés postraumático, la aparición de disfunciones sexuales, la disolución de las relaciones sociales, los cambios negativos en los sistemas de creencias hacia los hombres, reducir los intentos de suicidio y prevenir la recaída a largo plazo.

Figley y MacCibbin, (1983) destacan que la red familiar actúa protegiendo a la víctima contra la aparición del síndrome de estrés postraumático de cuatro formas: 1. detectando los síntomas, 2. ayudando a afrontar el problema, 3. recapitulando sucesos significativos y 4. facilitando la expresión de los sentimientos sobre el suceso. En este último aspecto, cuatro acciones básicas a realizar son: la clarificación, la comprensión, corrigiendo distorsiones que permitan objetivamente y apoyando nuevas perspectivas sobre el suceso.

El papel de la familia:
  • permite expresar a la víctima sus sentimientos sobre el suceso.
  • ayuda en la resolución de problemas
  • reduce los sentimientos de inequidad al intentar localizar al agresor o vigilantismo
  • es un elemento esencial en el proceso de reajuste social de la víctima.


Queda claro que los delitos sexuales son peculiarmente victimizantes, ya que dejan serias secuelas psicológicas y sociales, producen importantes cambios en la personalidad, de conducta y provocan una notable sobrevictimización. Ante todo la víctima no debe sentirse rechazada, fenómeno peculiar que no se presenta en otros delitos. La sobrevictimización de la víctima se inicia al terminar la agresión, ya que tiene que decidir la conducta a seguir. Si no denuncia, el hecho queda impune, no se le hará justicia y además, presenta la posibilidad de que el agresor, al verse impune, se vea tentado a reincidir. si denuncia, queda expuesta al estigma social, a la curiosidad pública y a un molesto procedimiento penal que, en ocasiones, puede llegar a ser más traumatizante que la agresión sexual en sí misma debido a la cantidad de reconocimientos médicos, interrogatorio policial, entrevistas en medios de comunicación, etc. que dificultan su reajuste social.

Bibliografía:

Soria Verde, Miguel A., Hernández Sánchez, José A. (1994) "El agresor sexual y la víctima"  Boixareu Universitario. Barcelona.

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domingo, 13 de enero de 2013

CREDIBILIDAD DEL TESTIMONIO DE MENORES VÍCTIMAS DE ABUSOS SEXUALES

Hasta no hace mucho, se desestimaba sistemáticamente como indicadora de abuso cualquier evidencia física que presentaran los niños, y se hacía lo propio con sus declaraciones, pues se consideraba a los niños cognitivamente incompetentes, faltos de moral, seres promiscuos y seductores, o dementes que inventaban falsas acusaciones (Garrido y Masip, 2001). Poco a poco el número de denuncias de casos de abuso sexual han ido incrementándose notablemente, lo cual muestra una superación de estas visiones negativas de las alegaciones infantiles. Sin embargo, el número de casos "infundados" también es mayor. Esto se debe a diversos factores y, entre ellos, a una tendencia en los profesionales a creer sin ningún cuestionamiento toda acusación formulada por un menor y al empleo de técnicas inadecuadas de entrevista que contribuyen a confirmar alegaciones falsas.

Autores como Sachsenmaier y Watson (1998) describen una serie de errores que a menudo contribuyen a confirmar falsas acusaciones o a crear una falsa memoria en el menor.  Algunos de estos errores son:
  1. Preguntar al niño si lo que dice es verdad o es mentira. A menudo los más pequeños no diferencian entre mentira y equivocación.
  2. Estos autores critican que algunos entrevistadores consideren que si el niño dice que el abuso sucedió entonces dice la verdad, mientras que si lo niega es que miente.
  3. Algunos evaluadores no son conscientes de que los dibujos anatómicamente correctos difieren de cualquier cosa que un niño pequeño haya visto antes, y probablemente produzcan reacciones emocionales fuertes.
  4. Empleo de preguntas que sugieren la respuesta.
  5. Empleo de preguntas Sí/No.
  6. Creer en toda alegación, por muy improbable que sea, o racionalizar como creíble lo increíble.
  7. Cometer el error de Otelo*: algunas conductas que muestran algunos niños abusados también pueden deberse a otras posibles causas que hay que examinar. 
  8. Interpretar la conducta normal bajo una nueva luz como indicadora de que el abuso ha sucedido.
  9. Técnicas de refuerzo selectivo ante información que sugiere que el abuso sexual se ha producido.
  10. Formular las conclusiones "favoritas" en base a datos parciales, desestimando la información desconfirmatoria.
  11. Empleo inapropiado de la autoridad. Por ejemplo, entrevistar al niño delante de sus padres o cuidadores, mostrar la propia autoridad como policía uniformado, etc.
  12. Combinar los roles de entrevistador forense y terapeuta. "El evaluador realiza un examen imparcial de los datos, el terapeuta actúa como abogado del niño. Uno no puede hacer ambas cosas al mismo tiempo".
  13. Ser entrevistado en repetidas ocasiones y por profesionales poco preparados para ello. Esto no sólo supone un nuevo abuso para el niño (victimización secundaria, por parte del sistema penal), sino que además puede distorsionar su recuerdo de los hechos tal y como sucedieron.
  14. No grabar en audio o vídeo la entrevista: Una única entrevista forense inicial, bien conducida y que se grabe, debería de eximir al niño de toda participación posterior en los procedimientos judiciales, lo cual evitaría su victimización secundaria a manos del sistema de administración de justicia y no demoraría el inicio de su tratamiento.
  15. Dar por sentado que el niño nunca miente.
En relación a este último punto, investigaciones han demostrado que los niños tienen capacidad para mentir desde muy pequeños (en juegos, cuando un adulto se lo pide...) y los adultos son incapaces de detectar su mentira. Esto es un problema en casos de abuso sexual infantil, ya que en los tribunales siempre se va a cuestionar, por la propia naturaleza del sistema de administración de justicia, la declaración de las partes enfrentadas, especialmente cuando los hechos que narran una y otra no concuerdan. Cuando hay evidencia del abuso no supone un problema. Pero esto no es siempre así:
  • Normalmente el agresor dispone las cosas de manera que no haya testigos visuales de la agresión.
  • Dado que la mayoría de los casos éste no es un delito violento, a menudo no hay evidencia de traumatismo físico alguno. Puede además no haber evidencia física de actividad sexual.
  • Incluso, cuando hay evidencia médica, ésta puede, en el mejor de los casos,  ser un indicador de que el abuso ha ocurrido, pero difícilmente permitirá identificar a un perpetrador específico.
  • No hay indicadores conductuales que, en y por sí mismos, señalen que el niño ha sufrido abuso sexual. Si bien las conductas sexualizadas son más frecuentes entre víctimas de abuso, también se dan en niños no-abusados, y dependen en gran medida del contexto cultural y familiar del niño, de forma que no se puede saber cuál es la conducta normativa de un niño determinado. Así mismo "no hay síndromes conductuales específicos que caractericen a las víctimas de abuso sexual" (Lamb,1994)
  • Los acusados no suelen confesar, a no ser que se les convenza de que se ha prestado credibilidad a las declaraciones del niño; quizás esto se deba al profundo rechazo social frente a los delitos sexuales, especialmente cuando la víctima es menor de edad, lo cual puede causar profundo malestar en el culpable con lo que no confesará hasta el último momento.
  • Negación de los padres.
  • Las técnicas de investigación utilizadas por los defensores de la ley o servicios de protección son de baja calidad.
  • En ocasiones, el juicio profesional de si el abuso se ha producido o no se basa en aspectos irrelevantes para dicho juicio.
En contextos jurídicos, la mejor estrategia es un acercamiento neutral al tema, sin presuponer ni la realidad ni la falsedad de las alegaciones. Para ello, se ha desarrollado una técnica que pretende evaluar la validez (coincidencia con la realidad) del testimonio infantil, basándose exclusivamente en lo que en muchos casos es la única evidencia en casos de abuso infantil: la propia declaración del niño.

Esta técnica es el Análisis de la Validez de las Declaraciones (SVA), que integra un análisis comprensivo de la competencia verbal y cognitiva, información biográfica y de la relación entre el agresor y la víctima. Su componente principal, el Análisis del Contenido de la Declaración Basado en Criterios (CBCA), se refiere al análisis de los contenidos de las declaraciones a través de 19 criterios de credibilidad. Consiste en una entrevista semi-estructurada que daría pie a la obtención de la información posteriormente analizada dando la posibilidad de diferenciar entre los enunciados verdaderos y aquellos que no lo son (Steller, 1989). Finalmente, tras evaluar la calidad del testimonio con el CBCA han de tenerse en cuenta once criterios de validez agrupables en cuatro categorías generales (Steller, Raskin, Yuille y Esplín (1989).

Bibliografía consultada:

Jiménez Gómez, Fernando (Coord.) (2001) "Evaluación psicológica forense. Fuentes de información, abusos sexuales, testimonio, peligrosidad y reincidencia" Salamanca. Amarú Ediciones. Colección Psicología. Tomo 1

Muñoz García, Juan Jesús; Navas Collado, Encarnación; Graña Gómez, José Luis (2003) "Evaluación de la credibilidad mediante indicadores psicofisiológicos, conductuales y verbales"

martes, 8 de enero de 2013

MENORES VÍCTIMAS: ABUSO SEXUAL Y SUS EFECTOS SOCIALES E INSTITUCIONALES

La incidencia del abuso sexual infantil es muy alta. Abarca distintos tipos de comportamientos: caricias, la introducción de objetos en la vagina o en el ano, sexo oral, la masturbación frente a un niño, promover la prostitución de menores, obligar a los niños a presenciar escenas sexuales, y la penetración vaginal o anal con el pene.

Los agresores suelen proceder de todas las profesiones, razas y grupos étnicos. La mayoría de ellos son personas conocidas por la víctima y, muchas veces, adultos en los que debería poder confiar. Las víctimas del abuso, por su parte, lo son por igual de ambos sexos. El período de mayor vulnerabilidad está entre los 7 y los 13 años de edad, aunque un 25-35% de todas las víctimas menores de edad suelen tener menos de 7 años. 

Mandansky (1996) sostiene que los niños con mayor riesgo de ser víctimas de abuso sexual son aquellos con capacidad reducida para resistirse o descubrirlo, como son los que todavía no hablan, los que muestran retraso del desarrollo y minusvalías físicas y psíquicas, así como los niños con familias desorganizadas o reconstituidas. Para otros autores, Pérez y Borrás (1996), son también sujetos de alto riesgo los niños prepúberes con muestras de desarrollo sexual, así como los que se encuentran carentes de afecto en la familia, que puedan inicialmente sentirse halagados por la atención de la que son objeto, al margen de que este placer con el tiempo acabe produciendo en ellos un sentimiento de culpa.

También los niños víctimas de malos tratos son fácilmente susceptibles de convertirse en objeto de abusos sexuales. El incumplimiento de las funciones parentales, así como el abandono, el rechazo físico y emocional del niño por parte de sus cuidadores, propician que éstos sean manipulados más fácilmente con ofrecimientos interesados de afecto, atención y recompensas a cambio de sexo y secreto. Son familias de alto riesgo las constituidas por padres dominantes y violentos, así como las formadas por madres maltratadas.

Sin embargo, existen una serie de creencias erróneas sobre los abusos sexuales a menores:
  • Muchas personas piensan que los abusos sexuales no existen o son muy infrecuentes.
  • Los agresores son personas con graves patologías o con desviaciones sexuales:  casi todos los abusos son cometidos por sujetos aparentemente normales.
  • Solo ocurren en ambientes muy especiales, asociándolo con la pobreza, baja cultura, etc: están presentes en todas las clases sociales, zonas geográficas, etc.
  • Los niños fantasean.
  • En la actualidad hay más abusos a menores: ahora son estudiados, mientras que anteriormente era un tema tabú.
  • Los agresores son casi siempre familiares o casi siempre desconocidos: los agresores pueden tener relaciones de diversos tipos con la víctima.
La mayor parte de los casos no son conocidos por las personas más cercanas a las víctimas. Éstas tienden, con mucha frecuencia, a ocultarlos.

En ocasiones, las madres de los menores, aunque lo sepan, reaccionan ocultando los hechos, sobre todo si el agresor es un miembro de la familia. En bastantes casos, en especial cuando la hija es objeto de abusos sexuales por parte del padre, las madres participan de una u otra forma en los hechos, a veces, incluso incitando al padre de forma más o menos explícita. De esta forma no es infrecuente que la madre desempeñe un rol facilitador del incesto con el fin de retener al marido y obtener seguridad familiar; se trata, normalmente, de madres muy dependientes del marido o con relaciones sexuales insatisfactorias con él.

Lo que favorece este tipo de abuso entre familiares que conviven juntos es el secretismo. Muchos casos no son denunciados. Los agresores se por tan bien en la calle y también en la cárcel (cuando ingresan en ella), lo que hace que el entorno más próximo de la víctima no de crédito al testimonio de ésta. Además, aunque el agresor sea juzgado y se compruebe la veracidad de los hechos, ese mismo entorno culpabiliza a la víctima e incluso resaltan el "cariño" que existía entre ambos, sobre todo si se trata de niños muy pequeños, sin entender que este tipo de conductas puede producir secuelas y daños irreparables en el desarrollo personal e incluso estas víctimas pueden llegar a convertirse en futuros agresores sexuales cuando sean adultos.

En la víctima se producen sentimientos ambivalentes cuando el agresor es una persona muy cercana que, en ocasiones, es muy querida por él.

¿Qué efectos produce este delito sobre la víctima desde el ámbito familiar, del medio social, de las instituciones y judicial?

Helena de Marianas resalta la problemática de este delito desde dichos ámbitos en los que nos podemos encontrar con algunas de estas situaciones:

ENTORNO FAMILIAR:  Cuando el abuso es intrafamiliar y el abusador tiene alguna relación de parentesco con el menor se suelen dar las siguientes situaciones dentro de la familia:
    • Actitud de Negación
    • Actitud de Ocultamiento
    • División familiar
    • Presión a la víctima para que modifique el testimonio presentado en la denuncia
    • Continuar la convivencia o frecuentes contactos entre el abusador y la víctima
    • Mecanismos de negación y pensamientos de corresponsabilidad
    • Sobredimensión de las consecuencias
A parte de estas situaciones en el entorno familiar también se dan determinadas actitudes como pueden ser:
    • Interrogatorios reiterados, tanto los de carácter individual como los efectuados por grupos familiares, especialmente por miembros de la familia hostiles a la víctima y, sobre todo, los que se realicen en presencia del abusador.
    • Mensajes culpabilizadores o de incredulidad directos o indirectos, mucho más frecuentes cuando la víctima es una niña.
    • Concesiones de privilegios compensatorios y refuerzos a la utilización del abuso sufrido como medio de evitar responsabilidades, tareas tediosas, acceder a objetos o actividades deseadas tiempo atrás.
    • Reprimir la afectividad de la víctima de su contacto con adultos.
EN EL MEDIO SOCIAL: Los medios de comunicación han cumplido un papel positivo de divulgación y ayuda para acabar con el secretismo. Pero también presentan aspectos negativos que contribuyen a aumentar la problemática asociada al abuso sexual infantil, como son:
    • Reforzamiento del victimismo
    • Excesiva atención a los detalles morbosos.
    • Publicación de testimonios sin contrastar ni investigar mínimamente sobre el nivel de credibilidad que pueden constituir argumentos para no poner una denuncia.
    • Búsqueda del sensacionalismo.
    • Déficit en preservar la intimidad de los menores al presentar abiertamente a sus padres u otros familiares directos que inevitablemente conducirán a su identificación por parte de conocidos y vecinos.
EN LAS INSTITUCIONES:
  • Desde el ámbito escolar: Cuando el abuso lo lleva a cabo un docente o sucede en la escuela, surgen una serie de conflictos asociados:
    • La dirección y el claustro tienden al ocultismo, esgrimiendo la necesidad de no crear alarma social con lo que se viola el derecho a la información de los demás padres y se provoca la consiguiente reacción negativa de los mismos cuando por fin son conocedores de los hechos.
    • Abundante rumorología entre profesores por un lado y padres por otro, demandando y transmitiendo datos, no siempre ciertos, con el fin de efectuar un juicio paralelo y posicionarse sobre quién dice o no la verdad. con frecuencia este posicionamiento contamina el posterior proceso judicial, porque ambas partes se prestan a declaraciones que no están directamente relacionadas con los hechos.
    • Cuando un menor verbaliza un abuso sexual la reacción de los docentes puede ir desde el desentendimiento hasta acciones precipitadas de denuncia, pasando por interrogatorios innecesarios y mensajes de incredulidad.
  • Desde el ámbito sanitario: 
    • Reiteración en las exploraciones, aunque se sepa desde el inicio que el caso va a ser derivado a otro servicio.
    • Demoras en la actuación cuando intervienen varios servicios, afectando negativamente a las posibilidades de recuerdo (por ejemplo en niños muy pequeños que a veces son evaluados un año después de la verbalización de los hechos).
    • Se pide a familiares más directos, generalmente los padres, que interroguen al menor para conseguir información, sin tener en cuenta que estos padres tienen una alta implicación emocional en los hechos y que carecen de conocimientos técnicos.
    • En ocasiones estos menores son internados en centros inadecuados donde existe un alto índice de conflictividad y comportamientos agresivos por parte de otros menores, lo que provoca un fuerte victimismo secundario, impidiendo, en muchos casos, su normalización.
    • Tratar de mantener a toda costa una unidad familiar por muy patológica que ésta sea, tratando de reinsertar a la víctima en dicha unidad en casos en que no es aconsejable para su salud mental.
  • Desde el ámbito judicial: El proceso judicial es una vivencia traumática y aversiva que supone una elevada victimización secundaria que hace que el menor se encuentre en una situación de total indefensión. Llama la atención el trato que se da a un menor dependiendo de si es autor de un delito o si es víctima: si es autor de un delito, será tratado como menor y se tiene con él las consideraciones propias de su edad cronológica; sin embargo, si es menor víctima es tratado como adulto sin apenas consideraciones específicas. Esto último se plasma en:
    • Fundamentar la credibilidad de la víctima en su estabilidad psíquica y emocional y en su falta de capacidad fabulatoria, con lo que los menores especialmente creativos, con déficit intelectuales o desajustes en su personalidad quedan desprotegidos ante el abuso sexual, ya que, en el caso de sufrirlo, no serán considerados testigos válidos, circunstancia de la que en muchos casos ya será consciente la víctima, con el subsiguiente detrimento de su autoestima.
    • El poder estresante de las prácticas judiciales: ratificación, testificación en sala, etc., especialmente aversivas para menores tímidos, para los que solo el hecho de hablar en voz alta en presencia de adultos desconocidos ya resulta una experiencia ansiógena, aun cuando lo verbalizado no tenga fuerte contenido emocional. Tanto la puesta en escena como la dificultad de los que ha de ser contado resultan traumáticas para ellos.
    • La presencia del abusador, que muy a menudo es una persona con ascendencia sobre el menor, durante su testificación en la vista oral  supone un motivo añadido de ansiedad para la víctima, ya que aun cuando sea ocultado a la vista del menor por un algún artefacto, los niños y niñas informan, en muchas ocasiones, de haber sido conscientes de su presencia por diversos ruidos, carraspeos, producidos por él.
    • La larga duración del proceso, muchas veces de años, desde que se denuncian los hechos hasta que se celebra la vista oral, que dificulta la posibilidad de olvido e impide la finalización de la experiencia, al tiempo que incide negativamente en el proceso terapéutico.
    • La facilidad con que se aceptan los desmentidos de las víctimas, testimonios a los que habría que aplicar el mismo rigor que a las verbalizaciones de abuso, porque si así se hiciera, en muchos casos se detectaría que tras estos desmentidos están fuertes presiones familiares que le llevan a esta nueva información.

No hay que olvidar, que a su vez, los profesionales y los centros que trabajan en la detección, evaluación y tratamiento del abuso infantil, se encuentran en situación de vulnerabilidad porque a veces son denunciados a instancias judiciales o institucionales por personas que consideran que sus intereses o intenciones han sido perjudicados por la actuación de dichos profesionales.

Mención a parte merecen las acusaciones falsas de abuso sexual infantil, será  la próxima entrada....

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